¿Para qué tan largo viaje?
Un amigo que estudia cosmología me compartió una cita de un erudito en el tema: "No puede ser que toda la evolución del cosmos a lo largo de 13.500 millones de años desde el Big Bang haya sido solo para que compremos cosas en un centro comercial durante el fin de semana." Esta reflexión me remite a la idea de la eterna recurrencia de Nietzsche, que nos desafía a valorar nuestras vidas bajo la perspectiva de tener que vivirlas una y otra vez, eternamente.
Las perspectivas teleológicas en filosofía, que analizan la finalidad de las cosas, a menudo recurren al absurdo para hacer valer su punto. Este concepto se refleja en la pregunta: ¿Por qué iniciar un viaje eterno en busca del Todo y la plenitud de la Conciencia de Ser, si esa misma plenitud se encuentra en la singularidad del momento presente? Nos embarcamos en un viaje cuyo propósito parece requerir una eternidad, cuando dicho propósito está accesible aquí y ahora, si sólo elevamos nuestra conciencia.
Me siento tentado a unir estos tres pensamientos: La afirmación de nuestro ser a través de nuestros actos ha sido el resultado de una evolución de 13.500 millones de años en un universo vasto y complejo, que bien podría ser solo una iteración entre un sinfín de otras. ¿Todo esto, para qué?
Desde esta perspectiva, se comprende la postura nihilista: todo es tan insignificante que parece carecer de importancia. Sin embargo, también se puede adoptar la visión opuesta, que todo ha colaborado para que podamos disfrutar de estos momentos precisos, que poseemos una fortuna inmensa para gastar en lo que la vida nos ofrece, incluso si fuera solamente respirar.
Cuando sugiero junto a otros que la plenitud de la Conciencia de Ser es nuestro mayor anhelo, suena abstracto porque preferimos experimentar el Ser con pequeños destellos de felicidad, mediante la posesión, el amor limitado a lo que nos agrada, en suma, recogiendo granitos de arena en espera de formar una playa en lugar de disfrutar de la playa que ya está ante nosotros. Para alcanzar esto, casi basta con elevar la mirada y nuestro nivel de conciencia, dejando de centrarnos en los granitos de arena.